Tras la destrucción de Jerusalén en 70 d.C., casi todos los judíos se exiliaron e iniciaron la diáspora o dispersión, que dio lugar al establecimiento de comunidades judías en Europa y el norte de África. Los judíos españoles recibieron el nombre de sefardíes, y de askenazíes los asentado en el centro de Europa; aún sobreviven algunos grupos de sefardíes que conservan las tradiciones y la lengua, una forma muy antigua del castellano.
Muchos eran artesanos hábiles, pero también era común entre ellos ganarse la vida con el comercio y el préstamo de dinero, actividad prohibida por el cristianismo, pero no por el judaísmo. El préstamo no estaba bien visto, pero aún así se admitía.
Sin embargo en el siglo XI, iglesia y sociedad formaban en Europa un todo indisoluble que llevó a la marginación de los judíos, que se vieron forzados a vivir en guetos o barrios separados.
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